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“Lenguas interrogadoras” para la cena de IA

“Lenguas interrogadoras” para la cena de IA

Vivimos en una era en la que la inteligencia artificial ha pasado de ser una promesa futurista a una presencia cotidiana. Está presente en nuestros teléfonos, en nuestros lugares de trabajo, en nuestros hogares, respondiendo preguntas, traduciendo, organizando, sugiriendo, creando. Pero tras la aparente omnipotencia de la tecnología, hay un detalle que sigue marcando la diferencia: la inteligencia de la IA depende de la pregunta que le hagamos.

Es fácil dejarse llevar por las respuestas que la IA puede proporcionar. Al fin y al cabo, nunca habíamos tenido tanto acceso a la información con tanta rapidez y facilidad. Sin embargo, esta supuesta facilidad puede ser una trampa. Porque si las preguntas son vagas, limitadas o mal formuladas, las respuestas serán… poco útiles. En definitiva, todo empieza con una pregunta. Saber qué preguntar y cómo hacerlo puede marcar la diferencia entre una perspectiva transformadora o una respuesta genérica.

Y no se trata solo de una cuestión técnica. Es una habilidad humana fundamental: pensar críticamente, formular hipótesis, buscar significado. Un informe de McKinsey destaca que el verdadero valor de la IA en los negocios reside más en su capacidad para replantear los problemas que en la sofisticación de sus algoritmos. En otras palabras, lo que realmente está en juego es nuestra capacidad de pensar bien. Algunos temen que la IA nos reemplace, pero quizás el mayor riesgo resida en otro lugar: que nos adormezca.

Eso nos lleva a renunciar al esfuerzo de pensar, reflexionar y explorar, porque siempre tenemos una respuesta a un clic de distancia. Pero la inteligencia no vive solo de respuestas. Vive de preguntas inquietas, de dudas bien planteadas, de curiosidad obstinada.

Y ahí es precisamente donde los humanos aún tienen, y siempre tendrán, una ventaja. Porque la creatividad nace de la inquietud, del deseo de saber más, de ver el mundo de otra manera. La IA puede ayudar, por supuesto. Pero la chispa surge de quienes hacen preguntas. Vivimos rodeados de tecnología, pero aún necesitamos curiosidad, empatía y espíritu crítico. Necesitamos personas que cuestionen lo obvio, que exploren el "¿y si...?", que no teman hacer preguntas difíciles. "Preguntar no ofende", como dice el dicho en buen portugués, y quizás hoy esta máxima tenga más peso que nunca. Porque en un mundo lleno de respuestas automáticas, hacer buenas preguntas es un acto de resistencia. Es una forma de asegurarnos de no dejarnos llevar solo por la velocidad, sino también por la profundidad.

Si queremos que la inteligencia artificial realmente sirva a la humanidad, y no al revés, necesitamos cultivar algo simple pero poderoso: el arte de hacer buenas preguntas. Enseñar a hacer buenas preguntas en las escuelas. En las empresas. En nuestras propias rutinas. Porque, al fin y al cabo, es esta curiosidad inquieta, humana, falible pero valiente la que seguirá impulsando el mundo.

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